martes, 22 de mayo de 2012

Diálogos de un mandril. El simio acuático.

       Este mandril que os escribe no va a cumplir su palabra en el primer post de sus diálogos. Dijo que se informaría sobre los grandes temas de actualidad, sobre los que se oye mucho pero que son poco accesibles, y ahora, de repente, se escaquea una semana a Granada a hablar con algunos grandes estudiosos de su conducta, un tema que no está de actualidad para los gobernantes, sobre él se oye poco y es tan accesible como cada uno lo quiera ver.

       Y para colmo, de todos esos diálogos ha elegido para explicar uno extraoficial, que ya no está de moda en esos ámbitos, que de hecho parece estar descartado, pero que fue recurrente en los turnos de preguntas y conversaciones de cigarro: el simio acuático.

       Este mandril que os escribe conoció esta hipótesis (llamada "teoría" por sus defensores) a través del etólogo Desmond Morris, quien en su libro "El Mono Desnudo" no la defendía, pero sí le hacía un guiño. En realidad la idea había sido propuesta en 1942 por el patólogo Max Westenhofer, y dada a conocer en 1960 por el biólogo marino Sir Alister Hardy. Se convirtió en una hipótesis mediática entre los 70 y los 90 del siglo XX gracias a las fervientes reivindicaciones de la escritora Elaine Morgan, quien, utilizando las estrategias propias de Lynn Margulis, de mujer incomprendida y marginada por el "stablishment científico", se hizo un hueco en el panorama evolutivo. Estas formas tuvieron una doble consecuencia: por un lado, la Comunidad Científica descartó la hipótesis debido a que era apoyada por argumentos pseudocientíficos; por otro lado, el público la vio como una hipótesis muy atractiva y empezó a sentir más simpatía por las teorías extrañas y más antipatía por la prudencia de los científicos a la hora de aceptar como válido un nuevo input.

       La mecha del debate empezó a arder con la proyección del reciente documental del biólogo y divulgador Fernando López-Mirones "El Mono Egoísta. La Tribu de la Corbata", que a este mandril que os escribe, por cierto, le recordó mucho al libro mencionado de Desmond Morris; en la película se da un repaso dramático a lo que se sabe sobre la evolución de la especie humana y aunque el guión dice que es una hipótesis descartada, se detiene proporcionalmente mucho tiempo en explicar la idea del simio acuático.

       Pero... ¿de qué va esta hipótesis? La idea es la siguiente: basándose en una serie de indicios anatómicos, fisiológicos  y conductuales, los defensores de esta hipótesis sugieren que los humanos tuvimos (mejor dicho, "tuvieron"... ya que en esta serie blogística yo soy un mandril) un ancestro de vida semiacuática, llamado en principio "Homo aquaticus". Hay que reconocer que la idea es muy original y a muchos biólogos (incluidos el director del documental y este mandril que os escribe) les gustaría que fuera cierta para admirar más aun el poder de la evolución... pero hasta este momento, la lista de supuestas evidencias en favor a esta tesis tienen explicaciones más elegantes, sin necesidad de recurrir a circunstancias así de fantásticas. Echémosles un repaso:
  • Ausencia de pelo. El primer indicio al que siempre se apunta: todos aquellos mamíferos que carecen de pelo mantienen una estrecha relación con medios acuáticos, subterráneos o lodazales (cetáceos, hipopótamos, rinocerontes, cerdos, tapires, etc.)... y como los humanos no tienen pelo, el medio acuático debió marcar una diferencia entre estos y el resto de homínidos. En realidad este es un indicio más comparativo que explicativo, porque las focas, los castores y las nutrias significan un reto para esta teoría: pasan gran parte de su vida en el agua y tienen pelo. La teoría del origen terrestre, vigente actualmente, argumenta que la ausencia de pelo se debe principalmente a una cuestión de termorregulación.
     
  • Bipedismo. Uno de los indicios más arriesgados de la hipótesis del simio acuático es que los humanos se mantendrían erguidos porque esa es la postura natural estando en el agua. Además de ser arriesgada por tener poco poder explicativo, también peca al tener poco poder comparativo, puesto que es una contradicción del indicio anterior: ningún mamífero acuático es bípedo. Además, si recurrimos al estudio comparativo, el 10% de los desplazamientos de los bonobos (nuestros parientes más cercanos junto a los chimpancés) se hace de forma bípeda; sin embargo, los bonobos no tienen las modificaciones anatómicas de los humanos que facilitan este modo de locomoción; estas aparecieron en los australopitecos... cuyos fósiles están en la sabana, no en las costas africanas.
     
  • Inteligencia. Según la hipótesis del simio acuático, el desarrollo cerebral (al que están sujetas las capacidades psíquicas) habría sido facilitado por el aporte de fósforo que supondría una dieta rica en crustáceos. El problema de esta pista también es que carece de poder comparativo, porque, en primer lugar, ningún animal acuático, por muchos crustáceos que coma, ha alcanzado el nivel de inteligencia del delfín, y en segundo lugar, sí existe un animal de evolución terrestre con ese nivel de inteligencia: el chimpancé. La teoría vigente argumenta que el crecimiento cerebral se debió a un aumento en el contenido de proteínas de la carne en la dieta, de ahí que el intestino se redugese.
     
  • Vías respiratorias. El ser humano tiene una nariz en forma de quilla, como la de un barco, que impide la entrada de agua durante la natación y el buceo. En este punto, los defensores de la hipótesis adquieren algo de poder explicativo y vuelven al poder comparativo: los únicos primates, además de los humanos, con nariz en forma de quilla, son los monos narigudos, Nasalis larvatus (WURMB, 1787), que también se meten en el agua de vez en cuando. Además, el ser humano es el único primate que presenta apnea como reflejo de zambullida. Por partes, la forma de la nariz del mono narigudo como ejemplo de dimorfismo sexual (en machos y en hembras es muy distinta) apunta a que este caracter fue adquirido más bien por selección sexual; por otro lado, eso de que el humano sea el único primate capaz de hacer apnea es falso. Y la forma de la nariz humana podría explicarse como una manera de evitar la pérdida de más vapor de agua, ya que se estaría perdiendo por la sudoración de la piel.
     
  • Grasa subcutánea. Esta pista ha representado el mayor caballo de batalla para la hipótesis del simio acuático; el propio Desmond Morris escribió que sería la única teoría capaz de explicar que los humanos tengan proporcionalmente 10 veces más grasa que cualquier otro mamífero terrestre, lo que sería propio de un mamífero acuático... este hecho es cierto, pero claro, no hay que olvidar que el ser humano no tiene pelo que lo proteja del frío.
     
  • Gusto por el agua. Los humanos serían los únicos primates a quienes les gusta el agua, de hecho, como indicaba el director del documental, son capaces de desplazarse cientos de kilómetros para meterse en ella 15 minutos por placer (se podría proponer el programa "Madrileños por Benidorm"); este mandril que os escribe se tomó la libertad de contraargumentarle que este gusto podría haberse desarrollado al relacionarse con la higiene, la salud y el bienestar.
     
  • Ausencia de fósiles. Uno de los detalles que hacen tachar la hipótesis del simio acuático como pseudocientífica es la clásica falacia de inversión de carga de la evidencia, muy usada por magufos y gente de Dios. Según esta pista, hay una brecha en la serie fósil al nivel de la especiación de los homínidos, por tanto, es que los fósiles no están en tierra, sino bajo el agua. La cuestión es que no hay fósiles que confirmen este "chapuzón evolutivo"... además de que no existe tal brecha en la serie filogenética humana, sino en la del chimpancé.
       Guillermo Bustelo, director de Rainfer, se mostró escéptico con la hipótesis en cuestión, aunque también cauteloso a la hora de rechazarla, recordó que "ocurrió con el lamarckismo y ahora se sabe que la interacción con el ambiente provoca unas metilaciones en el material genético que además se transmiten a la descendencia"; habría que encontrar unos fósiles que la respaldaran, pero por ahora no hay motivos para buscarlos.

       Un par de días después, ya sin Fernando López-Mirones presente (una lástima), el debate volvió a ponerse sobre la mesa cuando el mismísimo BioTay, paleontólogo y divulgador (y ex compañero), le sacó el tema al primatólgo Joaquim Veà (sobre el que, por cierto, este mandril que os escribe ha tenido que leer mucho últimamente...); él se mostró más tajante al decir que "todas las supuestas evidencias de la teoría acuática están ya explicadas en la teoría terrestre" y asintió cuando este mandril que os escribe repitió su explicación acerca del gusto por el agua en el ser humano, añadiendo después "es más, no nos gusta el agua, hemos aprendido a que nos guste, y eso es una cuestión cultural y muy reciente, hasta hace no mucho las personas se lavaban cuando nacían y antes de meterlas en la caja; a ningún primate le gusta el agua, nos aterra el agua, algunos se meten en ella, pero lo hacen cuando no les queda más remedio, y con mucho cuidado".

       Lo aprendido de este debate a plazos y en diferido es que cada teoría científica debe apoyarse en evidencias sólidas que solo ella pueda explicar, que muchas veces una explicación llamativa nos provoca deseo de que sea cierta cegándonos ante otras alternativas más elegantes, y que por muy poquito, no tuvimos la oportunidad de asistir y participar en un debate apasionante con expertos cara a cara, lo que habría sido muy enriquecedor para los futuros biólogos que había presentes.

2 comentarios:

Tay dijo...

Muy buena entrada, y gracias por la cita :)

Habría sido bueno tener algo de tiempo para charlar con los ponentes. Cuando Joaquim dijo aquello de que a los monos no nos gusta el agua me acordé de este vídeo

Saludos!

BioSamu_ dijo...

Gracias, Tay; un gusto reencontrarte más allá del cyberespacio, y a más biofreaks me habría gustado ver por allí.

Ese vídeo es impresionante... pero esa conducta del macaco japonés no estaba en su registro hasta que vieron que los humanos lo hacían; se puede explicar más bien como un ejemplo de cultura.

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