lunes, 4 de julio de 2011

Eto-nterías: las nanas del perro

       En muchas ocasiones se me ha oído decir que la existencia del perro es un insulto a la naturaleza; y siempre que lo digo, alguien responde en defensa de este animal doméstico. En realidad es una estrategia de determinismo lingüístico por mi parte, puesto que espero una respuesta determinada para dar pie a lo que realmente quiero decir.

       Cuando digo eso, no me refiero a que no me gusten los perros, sino a cómo el ser humano, en su afán por modificar su entorno, acaba domando y domesticando hasta alcanzar extremos ridículos.





       Suelo emplear la siguiente caricatura. Una persona, en su asentamiento humano, se da cuenta de que algunos depredadores maltrechos y desfavorecidos no son peligrosos y dice "¡uy, qué gracia! Ese tonto y débil de la manada se come los desperdicios que yo le doy, me lo voy a quedar para que se coma mi basura". Cuando ya tiene varios que han procreado entre sí se da cuenta de lo siguiente: "¡uy, qué gracia! Esos dos hermanos no tienen ni siquiera pinta de ser peligrosos, más bien diría que tienen cara de culo, voy a cruzarlos entre ellos a ver si tienen más hijos con cara en forma de culo y así me río de ellos"; o: "¡uy, qué gracia! Esos dos hermanos tienen un flequillo que les debe resultar bastante incómodo, pero es muy gracioso, voy a cruzarlos entre ellos a ver si tienen más hijos con ese flequillo que tan gracioso me resulta"; en un nivel de organización superior, otra persona también se daría cuenta de lo siguiente: "¡uy, qué gracia! A estos de aquí les gusta chuparme los huevos, veamos si sus hijos también lo hacen"; o: "¡uy, qué gracia! Estos mueven el rabo cuando me acerco, o se frotan con mi pierna y aúllan cuando yo estoy triste... estas cosas me hacen sentir bien en mis momentos de inestabilidad emocional, los cruzaré entre ellos a ver si sus hijos también lo hacen". Y finalmente los humanos acaban proyectando su propia personalidad sobre ese divertimento y le ponen un lacito en la frente.



       Como vemos, no tengo nada en contra de los perros, sino que comento el hecho de tomar un ser vivo adaptado a su entorno natural, por un proceso que ha durado millones de años, y modificarlo de generación en generación, creando una quimera adaptada únicamente al hogar de cada dueño.

       Lo veo con cierto sentido del humor sarcástico, pero es una clara muestra de que la Teoría de la Evolución también se puede poner a prueba experimentalmente: esa selección artificial es análoga a la investigación en un laboratorio para poner a prueba una hipótesis.

       Al fin y al cabo, el perro (Canis lupus familiaris, Linnaeus 1758) es una subespecie del lobo (Canis lupus, Linnaeus 1758) creada, al parecer, por el ser humano. Ya en el paso de los pobladores de América por el Estrecho de Bering, acontecimiento datado entre hace 15 000 y 13 000 años, se sabe, por los restos arqueológicos, que iban acompañados de perros. Algunos antropólogos incluso aseguran que hay evidencias de que el perro acompaña al hombre desde hace cerca de 30 000 años. Los análisis genéticos, además de descartar la idea de algunos etólogos de que las razas más agresivas de perro procederían del chacal y no del lobo, determinan que la separación del perro y la subespecie de lobo más cercana (el lobo gris) se dio hace unos 100 000 años. Esto último podría interpretarse de varias maneras; yo me decantaría por pensar que lo que el ser humano empezó a domesticar (independientemente de que fuera hace 30 000 ó 15 000 años) era ya una subespecie.

       Habría que indicar que lo más probable es que esa subespecie (o grupo dentro de la especie, para no determinar categóricamente mi postura) no sería precisamente la mejor adaptada a su entorno. Entra en juego aquí una interpretación de la evolución que me dio a conocer mi antiguo profesor de Botánica, Juan Varo: lo que hoy conocemos como plantas descenderían de algas verdes que estaban siendo desplazadas por otros grupos de algas más fuertes, y tuvieron la suerte de adaptarse al medio terrestre. En términos generales, si un grupo de seres vivos no se extingue sino que desarrolla unas características complejas para adaptarse, es porque otros grupos más simples lo están desplazando, siendo su simplicidad una forma efectiva.

       Volviendo al ejemplo del perro, seguramente aquellos ancestros suyos eran lobos desfavorecidos que estaban siendo desplazados y tuvieron que acercarse a asentamientos humanos para conseguir comida. Si asumimos que entre ellos había algunos más agresivos, serían atacados por el hombre, de manera que tras varias generaciones quedarían los más dóciles.

       Esta supuesta agresión entre humanos y lobos, si es que la hubo (seguramente sí), no sería una selección artificial, puesto que el humano no habría estando buscando la característica de la docilidad, sino que habría sido un conflicto con una especie con la que compartía el espacio.

       Algunos de los perros que se estaban seleccionando por su docilidad, además estarían siendo seleccionados inconscientemente por rasgos físicos. Por ejemplo, en 1978, el gran paleontólogo Stephen Jay Gould escribió un "Homenaje biológico a Mickey Mouse", en el quincuagésimo aniversario del dibujo animado. Como se muestra en la imagen, a lo largo de la historia del ratón de Disney, sus rasgos físicos se han ido suavizando hasta adquirir un aspecto más infantil. Gould incidió en que el comportamiento del ratón, a lo largo de su historia, también era más infantil e inocente. Lo mismo pudo ocurrir con los primeros perros: podía coincidir que los más dóciles eran además los que tenían rasgos físicos más propios de la edad infantil. Esta retención de características infantiles en los adultos, conocida como neotenia, efectivamente, despierta en las personas cierta protección sobre los perros (una estrategia, por cierto, la de despertar la ternura, propia de las crías de mamífero).

       Pero esto no es una mera especulación. En los años 50, el genetista ruso Dimitri Belyaev llevó a cabo una cría selectiva de zorros comunes (Vulpes vulpes, Linnaeus 1758) fijándose en aquellos con comportamientos más dóciles. Con el paso de las generaciones se fue dando cuenta de que esa selección artificial tenía ciertos "efectos colaterales": los descendientes empezaban a tener una cabeza más grande, un hocico más chato, orejas más redondeadas, colores más vivos... un aspecto que se corresponde con la edad temprana de los mamíferos... más parecido a perros.



       La selección artificial de perros habría empezado después, cuando el ser humano buscaba potenciar rasgos concretos de sus mascotas: un aspecto más estilizado, un determinado tamaño, un pelaje de un modo u otro, mayor fortaleza o resistencia, etc., proyecciones de los gustos del propio amo, de ahí que ambos se parezcan, literalmente. Pero igualmente, también había "efectos colaterales" negativos, de ahí que los perros sean tan susceptibles de padecer determinadas enfermedades y síndromes, y diferencialmente según la raza.



       Y finalmente, tenemos un perro, un animal cuyo medio natural es ya el medio construido por el hombre, hasta el punto de que los perros alcanzan niveles de comunicación con las personas que no tienen entre ellos. Por ejemplo, el perro es el único animal que mira al lugar que indicamos con el dedo.

       Muchos amos, al ver a su perro "llorar" cuando ellos están tristes y mover el rabo cuando ellos están contentos, se ven tentados a decir que su mascota entiende lo que ellos sienten. Conociendo la trayectoria del C. lupus familiaris, quedémonos con que estos son rasgos comportamentales que, consciente o inconscientemente, nosotros mismos hemos seleccionado. En resumen diré que el perro actúa como sí entendiera lo que sentimos.

       Y ahora sí, el vídeo propio de todo capítulo de esta serie blogística:


       Empecé este post criticando al humano por haber domesticado a los perros. No lo hice porque así lo pensara, sino porque sería la postura que tomaríamos (y de hecho la tomamos) si fuera otro animal el que hiciera cosas así.

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