viernes, 1 de abril de 2011

Eto-nterías: la versión aviar de Minnie Riperton

       No es casualidad que recién empezada la primavera reanude esta "serie blogística" con la temática del cortejo. Cada especie animal, y en el caso de la humana cada cultura, ha desarrollado sofisticadas estrategias para conseguir atraer a una posible pareja.

       En este caso he elegido al ave lira soberbia (Menura novaehollandidae, Latham 1801), un pájaro australiano que nos presenta Sir David Attenborough.



       En muchas especies existe el dimorfismo sexual, el macho y la hembra tienen aspectos claramente diferentes; en el caso de las aves, es muy habitual que el macho sea vistoso, tenga colores llamativos y presente comportamientos muy elaborados de cara a la hembra. Esto se debe al mecanismo evolutivo de la Selección Sexual, una forma de Selección Natural en la que la hembra es el recurso por el que compiten los machos, y ejerce una presión selectiva sobre ellos, eligiendo al que más le impresione. De este modo, los machos transmitirán determinadas características a sus descendientes; por su parte, las hembras de la descendencia heredarán esa preferencia por las características elegidas.

       Se genera entonces una batalla natural entre sexos (en sentido evolutivo) en la que las hembras se vuelven exigentes a la hora de elegir pareja y los machos desarrollan elaboradas estructuras y conductas para poder encontrarla. Un ejemplo muy conocido es la cola del macho de pavo real (Pavo cristatus, Linnaeus 1758).



       Por así decirlo, poniendo a prueba, la hembra "se asegura" de que el macho "no va de farol", tiene unas cualidades que "merecen la pena" y que no la abandonará.

       En el caso del chorlito llanero (Charadrius montanus, Townsend 1837) estas pruebas llegan bastante lejos: la hembra cuida una nidada "a condición" de que el macho ya haya cuidado la primera nidada antes.



       En el refranero español decimos que "el hombre propone y la mujer dispone" y, aunque tiene importantes matices culturales, esto tiene un sentido desde el punto de vista biológico. Hay que tener en cuenta que la hembra invierte más recursos en la reproducción, gasta energía y tiempo durante el desarrollo embrionario, incuba los huevos (en el caso de especies ovíparas, como las aves; en el caso de las vivíparas le toca la gestación), alimenta a la descendiencia... mientras que el macho se limita a la fecundación y a algunos cuidados parentales, cuando los hay. Es fácil de entender que el sexo que más invierte en la reproducción se reserve el derecho a elegir pareja.

       Quizás esta explicación resulte machista a quienes tienen la mente viciada por las modas sociológicas; sin embargo, uno de los paradigmas de esta teoría es el falaropo picofino (Phalaropus lobatus, Linnaeus 1758), un ave con un sistema reproductivo poco habitual: la hembra abandona al macho con la nidada después de la puesta para buscar una nueva pareja... curiosamente, en esta especie, la hembra corteja al macho y no hay dimorfismo sexual... todo encaja.

       El cortejo, en definitiva, a pesar de ser engorroso para muchos, es un arte.

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