jueves, 3 de junio de 2010

Hacer el amor, deconstruyendo el amor

Hoy me he levantado con una de esas noticias que tanto atraen a la gente y que tantos debates suscitan, generalmente entre hombres y mujeres. La temática es el amor, y la "novedad" es que no es eterno.

Parece como si los filósofos y los artistas fueran defensores encarnizados del amor y los científicos se empeñaran continuamente en destruir la ilusión de las personas. En cierto modo entiendo esa percepción, como artefacto mediático. En medios generalistas nos solemos enterar de noticias relacionadas con la ciencia cuando un volcán entra en erupción, cuando se descubre un virus nuevo, cuando se derriten los polos o cuando alguna técnica "desafía" la moral de algún colectivo, ya sea en cuestiones de transgénicos, células madre, experimentación animal... incluso he llegado a leer, en algún libro de biología para bachillerato, que una de las causas de esa problemática abordada por la bioética es el oscurantismo con que la biotecnología trata sus investigaciones. Sé que no es el punto en el que quiero profundizar en esta entrada y que a muchos les disgustan mis divagaciones paralelas a un tema, pero debería aclarar que oscurantismo, según la RAE, es la oposición sistémica a la instrucción de la gente, así como la defensa de ideas y actitudes irracionales y retrógradas; no veo esto aplicable a ninguna rama de la ciencia; de todas formas, habría que preguntar a quien escribió eso qué piensa entonces acerca de la conjetura de Poincaré. Muy pocas veces oímos algo sobre una proeza científica que implique un beneficio a la sociedad, salvo en ocasiones puntuales, aun cuando esas cosas de hecho ocurren a diario. Por eso la personalidad de los científicos en el cine suele ser caricaturizada en locos ambiciosos de poder y sin valores éticos, como podría ser, entre otros, el personaje que interpretó Kevin Bacon en El hombre sin sombra; esto retroalimenta esa imagen desvirtuada, haciéndonos olvidar que ciencia es un medicamento, una dieta sana, un coche o el ordenador desde el que estoy escribiendo.

Volviendo a la línea inicial, por si se nos olvidaba tras esta disquisición, ahora los científicos vuelven a meterse en el amor y esta vez no es un grupo de bioquímicos hablando de la duración del efecto de unas hormonas, sino un matemático que ha aplicado ecuaciones de economía, ingeniería y termodinámica. Sin embargo, la interpretación es la misma de siempre, que los científicos anuncian que el amor está destinado al fracaso. Y ahora, como en otros muchos temas, es cuando se oyen voces del tipo "la ciencia dice esto, pero yo pienso esto otro", como si los resultados objetivos fueran una opinión más, en un marco relativista del que ya hablé en el segundo capítulo de "El pervertidor de almas", y se montan debates televisivos en los que un grupo de inexpertos confunden ideas, emociones, razonamientos, actitudes, intenciones y reduccionismos.

En primer lugar, al leer el cuerpo de esa noticia que he enlazado más arriba, en la que incluyen declaraciones del científico en cuestión, no se ve nada acerca del fatalismo al que se refiere el titular. Saltándonos las referencias comparativas obvias del amor materno, de la amistad, etc. y centrándonos en lo que se entiende por el amor de pareja, tengo que decir que, como interacción social que es, puede y debe perfectamente estudiarse desde un punto de vista biológico, psicosocial y matemático.

En segundo lugar, ningún científico ha dicho que el amor sea sólo un conjunto de reacciones químicas, y si lo ha dicho es que no sabe demasiado sobre filosofía de la ciencia. Si, a pesar de eso, ha añadido, con tono conciliador, que una cosa es la química y otra cosa es cómo se vive un sentimiento, entonces se equivoca doblemente.

La explicación bioquímica de este sentimiento viene dada por la acción, principalmente, de la dopamina, la serotonina y la oxitocina, tres hormonas y neurotransmisores que se segregan ante determinados estímulos relacionados con el cortejo, el galanteo y la reproducción, y que actúan en circuitos cerebrales relacionados con el placer y el impulso sexual. El resultado de la acción de estas moléculas es la sensación de pasión, felicidad y apego. Estadísticamente y por razones neurobiológicas, es cierto que sus niveles suelen tardar en estabilizarse no más de tres o cuatro años. Parece que estoy reiterando lo que yo mismo he rechazado en el párrafo anterior, pero no es así, y para explicar esto, voy a introducir dos ideas.

La primera de ellas es el propio concepto de amor; insisto, centrándome en el amor de pareja. Según a quién le preguntemos y su entorno cultural vamos a tener una definición u otra; muestra de ello es que el diccionario español acepta hasta catorce significados de la palabra (trece si dejamos aparte a algunas plantas de distintas familias, no sólo Apiáceas, que también tienen ese nombre), considerando diferentes ámbitos: deseos, sentimientos, acuerdos, manifestaciones... La palabra "amor" es, por tanto, polisémica, engloba todo eso.

La segunda idea en la que me quiero apoyar es una aproximación a la Teoría General de Sistemas de Ludwing von Bertalanffy, que personalente me fascina por su enorme capacidad explicativa. Esta teoría se puede aplicar a cualquier sistema, pero ya que el amor se da entre personas, yo sólo voy a aplicarla a los sistemas biológicos, aunque haré referencia a algunos otros si ello sirve para aclarar cosas. Dejando de lado nuestra dificultad para definir la vida, en lo que sí estaremos de acuerdo es que ella tiene diferentes niveles de organización, a saber, empezando por el atómico, molecular, celular, etc., y llegando en lo más alto a los niveles de población, comunidad, ecosistema y biosfera. Cada nivel de organización tiene un funcionamiento que lo caracteriza y que podemos estudiar y catalogar. Ocurre aquí un fenómeno que los biólogos llamamos sinergia, esto es, el resultado de la acción conjunta de factores, siendo el efecto de éste superior a la suma de los efectos de esos factores (Los psicólogos usan la palabra "holismo" para referirse a esto, pero yo prefiero no abusar de ella, porque también se ha convertido en un caballo de batalla del esoterismo). Hassenstein aclaró esta definición con tres circuitos eléctricos, uno conectado a un condensador, otro a una bobina de inducción y el tercero a las dos cosas, observando que la variación de la tensión en el tiempo en el tercer circuito no se podía deducir de la combinación de los dos anteriores; sin dar más detalles, se puede entender también del siguiente modo: la molécula de agua está formada por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno, y las propiedades de este líquido no podrían deducirse de las propiedades de esos dos gases, sólo de las propiedades emergentes de su combinación.


Podríamos, por tanto, categorizar diferentes niveles de organización para el amor, así como involuntariamente sugiere la RAE. Que el amor se origine en una reacción química provocada por un estímulo no quiere decir que el amor sea o dependa exclusivamente de esa reacción, ni que no se pueda seguir estimulando con más factores. De hecho, eso mismo es lo que dice una y otra vez José Manuel Rey, autor de la investigación matemática, no que el amor esté destinado al fracaso.

El amor, como aspecto humano, ha sido fijado en la evolución del Homo sapiens probablemente como estrategia (entendiendo "estrategia" no como acto premeditado, sino como proceso optimizado) que permitiera mantener unidos a los progenitores durante los cuidados de la progenie, en una especie en la que la llegada de la adultez se alarga notoriamente. Como ocurre con muchas otras conductas, nuestra "mente social" consciente pudo ausmir este fenómeno y adornarlo con aspectos culturales, maquillándolo hasta tal punto que en la actualidad valoramos más la relación entre dos amantes, con todos sus componentes psicológicos de confianza, apoyo, complicidad y compromiso, que el "mero" fruto de su unión, por decirlo de un modo más estético y haciendo hincapié en las últimas comillas.

Es esta relación lo que el Dr. Rey ha analizado desde un punto de vista matemático. Y la conclusión es que, al igual que un satélite artificial, el amor no se mantiene en órbita de un modo espontáneo, sino que hay que invertir un esfuerzo en darle un control óptimo. Esto es aludir de una manera más técnica al proverbio de que el amor es como una planta que hay que regar a diario. ¿Tanta investigación para llegar a esa obviedad? No, sencillamente éste es otro ejemplo en el que la ciencia no desafía nuestro sentido común.

1 comentario:

Zitlaly Osuna dijo...

Como dije antes, sostener y perdurar.

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