El aún reciente manifiesto de Stéphane Hessel toma en España un merecido valor de candente actualidad debido a las continuas actuaciones del Movimiento 15M. En el libro "¡Indignaos!", este veterano y diplomático francés, que participó en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hace un llamamiento a los jóvenes a darse cuenta de las cosas que no funcionan en el mundo debido a intereses particulares.
Hessel basa su relato en sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría y sus visitas a Gaza y Cisjordania. No hace una denuncia directa a ningún sistema, salvo por una crítica modesta al mercado establecido, que enriquece cada vez más a unos pocos mientras empobrece cada vez más a la mayoría. Parte de que la indignación ante la injusticia es el paso previo al compromiso por una solución; y asume que las amenazas que él vivió (el nazismo, el comunismo) fueron más evidentes que las actuales (la dictadura económica). Tampoco propone soluciones concretas, solo una insurrección pacífica frente a la indiferencia que la vida política pretende provocarnos. Cada uno debe buscar un motivo de indignación, una causa por la que motivarse, una solución con la que comprometerse.
Mi motivo de indignación, aunque Hessel no lo comparte, va más allá que los de la plataforma ¡Democracia real Ya!: la propia existencia, como tal, de la clase política. Dichas estas palabras, el común de la gente tiende a pensar en el estereotipo de activista antiglobalización que los medios de comunicación de masas se han encargado de dar a conocer: un joven anarquista, con barba y cabello largo, drogadicto, irresponsable y vándalo.
Pero... parémonos a pensar. Los gestores de un estado son la gente encargada de aplicar soluciones a los problemas del país; en este caso, y como vestigio de la administración estatal del pasado, esos gestores son los políticos. ¿Pero están ellos preparados para solucionar problemas? Rotundamente no; ellos solo sucumben ante el poder del dinero. Quienes solucionan los problemas en nuestra sociedad son los profesionales: científicos, ingenieros, técnicos, médicos; porque ellos sí tienen una preparación.
Y uno de los grandes camelos de nuestro tiempo es que los avances de estos profesionales dependan de la economía. Cuesta creer que no sea así para una mente imbuida por el "monetaritismo"; pero ¿qué dinero nos cobra la Tierra por sus recursos? La respuesta inmediata a esto suele ser que la extracción, la manufactura y la utilización conlleva unos gastos. Pero... ¿gastos de quién? Quien ha llegado le ha puesto un precio, pagando a quien a su vez le ha puesto precio a su labor; esta espiral de deudas va generando un dinero que no existía y, como el interés está vinculado, gran parte de ese dinero sigue sin existir a pesar de estar en circulación. Con todo esto, a partir de unos recursos naturales abundantes se tiene una economía basada en una excasez que limita el acceso a ellos. Al final, la tecnología, fruto de los avances, se acaba convirtiendo en nuestra competidora, en lugar de ser una ayuda en nuestro trabajo.
Mi causa de motivación es una sociedad tecnocráctica, en la que los gestores no sean políticos condicionados por corporaciones, sino profesionales vanguardistas. En este tipo de sociedad, la tecnología no sería nuestra competidora, porque la eficiencia no se mediría como la acumulación de recursos limitados, sino en la relación de inversión de energía en el trabajo útil sobre la inversión de energía en el sistema completo. Y esta no sería una sociedad compuesta por irresponsables "perroflautas", como se tiende a pensar para desacreditar ideas alternativas al capital; tampoco por los científicos desalmados que el cine nos introduce sutilmente para desacreditar también una sociedad gestionada por la ciencia y la teconología, como podría ser "GATTACA" (Andrew Niccol, 1997); sino por profesionales preparados específicamente, al día de los avances y concienciados en el beneficio social. Para ello, los pilares básicos deben ser la educación, la sanidad, la investigación y la infraestructura.
Mi solución con la que comprometerme es la difusión del pensamiento crítico; que cada vez más gente esté concienciada de que algo no funciona y se puede hacer de otro modo, para que cuando llegue el momento en que este castillo de naipes se derrumbe, sea la sociedad quien pida una solución común.
No hay comentarios:
Publicar un comentario