jueves, 26 de julio de 2012

Dejando atrás el país de Unamuno

       A un paso del avión que me llevará de España al Nuevo Mundo, y para comenzar mi "triatlón blogístico" personal, me vienen al recuerdo unas palabras de Miguel de Unamuno, probablemente un tópico que, aunque muy oído, no sea del todo entendido. Allá por principios del siglo XX, aún doliéndose por España, el escritor y filósofo se atrevía a poner en boca de sus personajes, y en la suya propia, frases que cien años después parecen haber calado bien en la mentalidad de los polítocos, como "la ciencia quita sabiduría a los hombres... el objeto de la ciencia es la vida y el objeto de la sabiduría es la muerte", "yo me voy sintiendo profundamente antieuropeo, ¿que ellos inventan cosas? Invéntenlas" e "inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó".

       Si a mí me duele el país en el que nací, me crié y me hice adulto, no es desde luego por la pérdida de las colonias de ultramar, ni por las "dos Españas", ni por la presunta fragmentación en Autonomias, sino porque estamos haciendo las cosas al revés. Yo, al igual que muchísimos divulgadores e investigadores, me he esforzado por hacer llegar el mensaje de que la ciencia no solo es importante, sino necesaria, indispensable. Nos han llegado a criticar, diciéndonos que defendemos la ciencia solo porque, al ser científicos, hemos encontrado en ella nuestra pasión, igual que otros la han encontrado en el fútbol (en ver fútbol, más bien), y que por tanto deberíamos dejar disfrutar en paz a cada uno con lo que elija. No debería hacer falta aclarar que la ciencia es más que un mero gusto. En este post, me propongo aclarar esta cuestión una vez más y de tres formas distintas (teórica, gráfica y casuística); será cuestión de tiempo descubrir si a mi vuelta se habrán arreglado las cosas o estropeado más aun.


       El Premio Nobel de Medicina y Fisiología Bernardo Alberto Houssay dio en 1960 un famoso discurso en el que incluyó las siguientes declaraciones:
"Algunos creen que la ciencia es un lujo y que los grandes países gastan en ella porque son ricos. Grave error, gastan en ella porque es un gran negocio y porque de esta forma se enriquecen. No gastan en ella porque son ricos y prósperos, son ricos y prósperos porque gastan en ella. Nada da dividendos comparables a los que proporciona la investigación científica y tecnológica."
       A muchos les cuesta entender cómo la investigación puede dar dinero y por qué habría que invertir dinero en ciencia mientras la gente se está quedando sin casa y empleo. Pues bien, en una hipotética discusión secular, yo le diría a Unamuno:  "Efectivamente, D. Miguel, su lámpara eléctrica alumbra igual que donde fue inventada, pero usted ha pagado por ella más que quienes la inventaron". En otras palabras, invertir dinero en ciencia garantizará que la gente no se quede sin casa ni empleo. La investigación no solo aporta resultados científicos en forma de números, sino que aplica sus conclusiones a la vida del día a día (pensemos por ejemplo en salud y tecnología) y, además, abre un abanico de posibilidades laborales directas e indirectas; ya que la luz eléctrica existe, habrá quien haga y venda bombillas de bajo consumo o con diferentes colores, habrá quien construya lámparas de mesa, lámparas de salón y lámparas para exteriores, habrá quien diseñe modelos de plafones con diferentes estéticas, habrá quien se dedicará a instalar fuentes de luz en establecimientos, habrá quien trabaje revisando el alumbrado público...

       Esa es la piedra angular de la explicación que siempre damos: la ciencia como motor de la economía. El razonamiento es muy lógico pero, al no ser tan inmediato como otros sectores económicos, despierta gran escepticismo en el mundo empresarial conservador que acostumbra a ver "aquí el ladrillo, aquí el dinero" y "explotemos la gallina de los huevos de oro"; y aunque negocios así disfrutan de un boom que a medio plazo se acaba convirtiendo en crunch, el resultado patente es lo que ve la población. Por eso, necesitamos algo más, algo que efectivamente muestre que la ciencia sería un buen motor, basta de razonamientos, enseñemos hechos.


       En este gráfico se ha colocado en abcisas un indicador de riqueza (en este caso el Producto Interior Bruto de un país dividido por su número de habitantes) y, en ordenadas, el porcentaje del Producto Interior Bruto que se invierte en investigación. Colocando a cada país en su lugar correspondiente, vemos que existe una tendencia de correlación... y ya he explicado a qué se debe. No es casualidad, por tanto, que países europeos como Alemania, que han apostado por la ciencia en los últimos años, hayan logrado avanzar más que otros en la crisis actual. Tampoco es casualidad que la Comunidad Autónoma del País Vasco, en España, invierta en ciencia más o menos el doble que la media española y su tasa de paro sea aproximadamente la mitad. Y en este sentido, uno de los paradigmas de los últimos años ha sido China; observemos su crecimiento económico durante los últimos años, en comparación con otros países del Tercer Mundo (sin ánimo de ofender, hablamos en términos económicos).


       Llamar milagro a este fenómeno es eufemístico, puesto que no es ningúnn misterio, sino el resultado de un gran esfuerzo individual, empresarial y, esencialmente, investigador. Para mostrar esto que acabo de decir, analicemos el incremento en el número de investigadores en ese país.


       Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras (el segundo tópico que utilizo hoy), por eso hoy me he esforzado menos en explicar, a cambio de aportar, no una, sino tres imágenes.

       Como he prometido, aclararé la cuestión de la importancia de la ciencia de un tercer modo. No faltan ejemplos de cómo el potencial investigador puede revertir en la sociedad y la economía; pero yo me voy a centrar en una efeméride reciente. Hace un par de días se cumplieron doscientos setenta y cinco años del nacimiento del geógrafo y botánico Alexander Dalrymple; a pesar de ser un pionero en hidrografía, no se suele hablar mucho de él, sin embargo yo lo elegí para encabezar la barra lateral derecha del blog ese día, apostillando "un ejemplo de cómo la investigacion científica revierte sobre el comercio y la economía". Dalrymple fue un importante científico escocés, explorador y cartógrafo del Océano Pacífico que, en base a sus estudios y a las revisiones y traducciones que hizo de los textos de navegantes españoles, escribió un gran plan para estimular el comercio en ese área del planeta; y no hace falta contar la intensísima actividad económica de Gran Bretaña con sus colonias durante los siglos posteriores.

       Y para concluir con un pequeño tirón de orejas, no debería ser solo responsabildiad de los políticos darse cuenta de esto. El trabajo de la investigación debe estar ligado a la divulgación, puesto que es la sociedad quien paga las inversiones en ciencia y ha de ser consciente de cuán beneficioso es eso; conseguido esto, la propia población pediría ese cambio a sus gobernantes. No es un trabajo que empiece desde arriba, sino desde la base... la investigación base. Pero mientras haya neurocientíficos que no recuerden qué es una célula de Schwann, mientras haya endocrinólogos que piensen que la corticosterona es sintética y mientras los empresarios conozcan mejor los riesgos de Herbalife que los nutricionistas y los farmacólogos, seguiremos haciendo las cosas al revés.

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