lunes, 15 de noviembre de 2010

One love

       De cuestiones muy trilladas está lleno el mundo: utopías, amor y respeto, historias bonitas que buscan enternecernos; cuestiones trilladas, sí, pero a veces se pueden tratar una vez más incluso en foros como éste. Punto uno: en este post hablaré sobre una comedia romántica que acabo de ver. Si llegada esta declaración de intenciones no quieres seguir leyendo, pulsaré enter ya para que al menos completes un párrafo.

       Dicho esto, si la curiosidad te aborda (curiosidad por cómo a mí se me ocurre hablar de eso, sabiendo lo poco que me gustan, y más aún usando este blog para tal fin), volveré a pulsar enter para que empieces desde cero en el siguiente párrafo.

       Resulta curioso, viendo películas de distintas nacionalidades, descubrir cómo cada uno trata de mostrar la realidad de su país en una cinta. Al igual que los estadounidenses buscan enseñar al mundo la grandiosidad, los españoles dan clases de picaresca, y los indios sacan películas como churros de cuestiones que en occidente resultan vanales, los jamaicanos por su parte aprovechan la más mínima oportunidad para promover el reggae, una de sus principales fuentes de ingresos (ahora que el neoliberalismo ha acabado con su leche).

       No importa el contexto. "One love" (Rick Elgood y Don Letts, 2003) cuenta la historia shakespeareana de dos enamorados procedentes de dos culturas, de dos familias, de dos religiones y de dos realidades sociales diferentes: un rasta (Ky-mani Marley; sí, hijo de Bob, y no es sorpresa, ya ha hecho varios pinitos en el cine) en "armonía" con la naturaleza y sus raíces africanas, y la hija (Cherine Anderson) acomodada de un pastor protestante atada al puritanismo extremo de su congregación, unidos por el amor a la música y, poco a poco, el amor entre ellos.

       Esta cinta no pretende contar una historia nueva, sino hacer publicidad de la música jamaicana, al igual que ya hizo Perry Henzell en 1972, usando la misma temática en "The Harder They Come" (salvo que Jimmy Cliff no hacía el papel de rasta, sino de ruddy, un delincuente callejero). En ambos argumentos, al igual que en los de tantas otras películas de ese país, hay tres comunes denominadores, además de la trama tan sencilla: la pobreza, la droga y el negocio musical.

       Quizás el primero de esos pilares sea el tratado menos explícitamente en One love, pero queda bien patente a través de imágenes de guetos y la gente de la calle.

       La droga, bien sea la marihuana consumida por los rastas (por cierto, no todos la consumen) o bien el tráfico de otros estupefacientes adjudicado también a ellos, es una salida más (o una forma de escapar) para la gente que no ve futuro en esta isla caribeña.

       Y, en tercer lugar, el negocio musical, los productores aprovechándose de los artistas emergentes, los concursos de talentos, los sound-systems... un grupo de conceptos que son bien conocidos en Jamaica desde la llegada de las emisoras americanas en los años 50, una salida más para los desesperanzados, pese al conflicto moral que para los rastas suponen las leyes de "Babylon" (ésta es la palabra que usan para referirse a la civilización occidental, con connotaciones imperialistas).

       Esos tres factores son precisamente los mismos ingredientes que dieron lugar al reggae; no en vano la banda sonora de la película cuenta con joyas de los máximos exponentes de las tres generaciones de este género, a saber, Bob Marley, Shaggy y Sean Paul (con el permiso de otros muchos). Habría que destacar también la aparición modesta de aquel primo de Marley que toca el banjo en Nine Miles mientras Captain Crazy hace de las suyas (HAAA HAAA HAAA). El mismo nombre de la película es el título de una canción del "Rey del reggae" (que por cierto, en el 2000 fue elegida como el himno del milenio). Y, claro está, si hay que hablar de la banda sonora, es imprescindible mencionar el tema estrella en torno al que gira todo el argumento: "One by one", interpretado por los dos protagonistas, cautivadores sobre la tablas.




P.S.: lástima que aquel mensaje de Bob Dylan, de que la música puede cambiar el mundo, se haya convertido en una estrategia comercial más.

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