Aquellos momentos fueron tan poco habituales que hasta la gente que pasaba por la calle se paraba a ver qué les decía a aquellas dos testigos de Jehová (y no es broma). He dejado este último capítulo de la serie blogística "El pervertidor de almas" para reflexionar sobre el conocimiento que aquellas dos "profetas" tenían sobre el tema que pretendían anunciar.
En primer lugar, ni siquiera conocían las evidencias sobre la existencia del dios que ellas mismas siguen. En algún lugar habrían oído que la existencia de Jesucristo está documentada históricamente y lo repitieron como una consigna, sin haberse interesado por ver quiénes eran los historiadores en cuestión que lo habrían documentado. Sólo dijeron "no... no... hay más..." y cambiaron de tema.
En segundo lugar, arremetieron contra la teoría de la evolución sin siquiera entender de qué se trata. Es más, utilizaron argumentos falaces, concretamente la falacia del hombre de paja, es decir, adjudicar al contrario tesis que jamás ha dicho. Por eso solté una parrafada de científicos, y se los recomendé para que aclararan todas esas ideas erróneas, y en ningún momento les dije cuál es mi profesión, para no caer yo en el principio de autoridad.
Ellas, asimismo, me recomendaron que leyera la Biblia... llegaban tarde, yo hace más de diez años ya leí la Biblia de cabo a nabo (o sea... a rabo). Decirles eso destrozó su idea de que yo sería ateo "por haber acabado desencantado". No obstante, una de ellas dijo que no solamente leian la Biblia, sino también otros textos. "Yo, precisamente", dijo, "estoy leyendo un libro sobre... (dudó) los aztecas, ¿sabías que vaticinaron el fin del mundo para el 2020?" Aquello me metía en mi propio terreno de juego (ver el post "El fin de los tiempos"): si se refiere a los mayas y al 2012, no dijeron nada del fin del mundo, además de que la fecha parece no ser que no es tan clara como se dice (¿de verdad lo estará leyendo?).
Al final de la conversación fuimos todos muy corteses, resaltando lo enriquecedor de aquel momento (mi amigo Juan bromeó con que les había demostrado la existencia de Dios... lo tenían delante), incluso ellas me dijeron, supongo que por quedar bien, que les gustaría encontrarse conmigo de nuevo por el barrio, y se alegraron triunfalmente al descubrir que mi nombre es hebreo (es lo que les quedaba, no les iba a quitar la ilusión). Me dijeron algo que me llamó mucho la atención: "algunas personas, como tú, tienen cierto nivel cultural, pero hay muchos a los que Dios llena sus corazones". Me parece tremenda esa declaración de intenciones, nutrirse del desconocimiento, cuando lo que debería hacerse es fomentar la educación. Incluso me dio la impresión de que ellas veían razonables mis argumentos, pero no se atrevían a dar el paso de admitirlo.
En fin, puedo decir que las cosas estuvieron fáciles; y no digo esto refiriéndome a estas dos mujeres en concreto, sino a la inmensa mayoría de los creyentes que, como ya dije, fueron educados así y jamás se les expuso la evidencia. Aun así he de decir que cuando se les expone toda esa evidencia (y muchas más), su reacción suele ser de negación; algunos de ellos (o de nosotros, si me fijo en mí vairos años atrás) sí se interesan en buscar por ellos mismos las pistas, las pruebas, y acaban creyendo en un tipo de dios totalmente diferente al que anuncia cualquier religión establecida. El punto está en que, si algún dios existe, está claro que no podemos detectarlo ni deducirlo de ningún modo... y ¿qué diferencia hay entre algo inexistente y algo indetectable e indeducible? Sólo la ocurrencia y el anhelo. Éste es el único margen que les queda hoy en día a los dioses.
La duda razonable es nuestro producto, salid y predicad el pecado, pervertid las almas.
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