martes, 19 de julio de 2011

De la menestra a los laboratorios

        Tal día como hoy, 20 de julio, hace ciento ochenta y nueve años, nació el austríaco Gregor Johann Mendel, monje agustino, naturalista y padre de una ciencia: la genética (la ciencia de la herencia). Todo comenzó cuando empezó a cuantificar las variedades de guisantes que él mismo producía, por cruces selectivos, autofecundación de plantas e injertos, técnicas de jardinería aprendidas de su padre.

       Si bien es cierto que trabajó también con otras plantas, los guisantes de Mendel han quedado tan fijados en la memoria colectiva como la manzana de Newton y el huevo de Colón (al menos la anécdota de Mendel sí fue cierta, pero dejaré ese asunto para otro momento); no tanto su trabajo como tal, ni su importancia.

       El inicio de sus experimentos fue la producción de las llamadas líneas puras para un caracter (llamamos caracter al rasgo visible a estudiar), cosa que conseguía autofecundando las plantas; para ello los guisantes eran ideales, puesto que sus flores son hermafroditas. Esta práctica, lógicamente, no puede aplicarse en animales complejos; pero, efectivamente, los ganaderos, cuando buscan un rasgo puro determinado en pocas generaciones, cruzan hermanos con hermanas. En otras palabras, y ahora que Harry Potter vuelve a estar de moda, no producir "sangre sucia".

       Eso de cruzar parientes, a la mayoría de humanos nos parece aberrante por cuestiones morales. Además, siempre tenemos en mente, sobre todo si nuestra familia viene del campo, el mito de los "hijos tontos", que tiene parte de verdad pero no completa. En principio, cruzar parientes implica obtener individuos con muchos rasgos semejantes heredados de ambos progenitores; algunos pares de iguales de hecho son positivos, pero otros no, y son los que acaban lastrando al descendiente. Y efectivamente, los ganaderos suelen perder algunas de sus reses, que están genéticamente debilitadas.

       Volviendo a los guisantes, una vez teniendo esas líneas puras, era hora de cruzarlas entre ellas y contar las variedades de su descendencia... lo sé, un huerto lleno de plantas de guisantes es mucho contar, pero ¿qué otras distracciones podría haber en un monasterio a mediados del siglo XIX? Y después de varios años contando guisantes verdes, amarillos, lisos y rugosos, mirando colores de flores y vainas y midiendo alturas de tallos, en la primavera de 1865 publicó sus conclusiones ante la Sociedad de Historia Natural de Brünn.

       Y sus conclusiones, más tarde conocidas como leyes, eran en realidad observaciones empíricas:
  • Que al cruzar dos líneas puras que diferían para un caracter, solo el aspecto de un progenitor se manifestaba en la descendencia (Ley de la Uniformidad).

  • Que al cruzar esa descendencia entre sí, volvían a aparecer ambos aspectos con unas frecuencias determinadas (Ley de la Segregación).

  • Que si se fijaba en dos caracteres a la vez, cada uno cumplía por su parte las dos observaciones anteriores (Ley de la Segregación Independiente).

    No todos los caracteres cumplen estas observaciones. Mendel se dio cuenta de ello, por lo que decidió no publicar todos sus experimentos; una pequeña trampa cuya explicación conocemos ahora, que tenemos la genética molecular. Las variaciones sobre las frecuencias mendelianas pueden deberse a dominancias intermedias, codominancias, alelos letales, interacciones génicas, alelismos múltiples, herencias poligénicas y herencias ligadas o influidas por el sexo.

       Lo cierto es que en principio no se le hizo mucho caso, básicamente porque no se le entendió, debido a que fue el primero en presentar algo que en la actualidad es esencial en todo estudio experimental: datos estadísticos. Además, algunos filósofos e historiadores de la biología opinan que el propio Mendel no se había dado cuenta de la importancia de sus estudios y que muestra de ello fue un título que apuntaba en otra dirección: "Experimentos sobre hibridación de plantas".

       Y la importancia de esos estudios estriba en que descubrió cómo, a nivel poblacional, se combinan los rasgos de los progenitores cuando tienen descendencia. Algo que en los últimos ochenta años ha impulsado fuertemente a la Síntesis Evolutiva Moderna (que, por cierto, así es como se llama ahora). Se ha especulado mucho sobre qué habría pasado si Mendel y Darwin, siendo contemporáneos, hubieran compartido ideas, incluso se ha dicho que Darwin tenía un ejemplar del artículo de Mendel que no quiso leer debido al pique decimonónico entre ingleses y alemanes. Bien, probablemente no se habría originado esa síntesis en aquel momento, puesto que Mendel proponía el origen de nuevas especies a partir de híbridos de las ya existentes (Pangénesis), mientras que Darwin era crítico con esa idea. Además, no es cierto que en la biblioteca de Darwin se hallase un artículo de Mendel, sino un libro en el que se hacía referencia a sus técnicas experimentales.

       De hecho, durante el primer cuarto del siglo XX, la Teoría de la Evolución por Selección Natural (Adaptacionismo) de Darwin estuvo descartada por la Comunidad Científica, que abrazaba una idea novedosa procedente de la genética: el origen de nuevas especies por mutaciones (Mutacionismo) de los llamados por Mendel "elementos de la herencia", conocidos hoy como genes. Ambas ideas se empezaron a combinar durante los años 30, cuando un grupo de científicos de diferentes disciplinas de la biología entendieron que la evolución consiste en el cambio en las frecuencias de alelos (alternativas de cada gen) a lo largo de generaciones. Entre esos investigadores destacaron Morgan, Fisher, Dobzhansky, Haldane, Wright, Hamilton, Darlington, Julian Huxley, Mayr, Simpson y Stebbins.

       Desde ese momento, que se puede considerar como la unificación de todas las disciplinas biológicas, y dando un salto secular, la genética ha tenido una gran expansión, tanto en su vertiente poblacional como, sobre todo, molecular. Y a comienzos del siglo XXI, su aplicación biotecnológica, la ingeniería genética, se perfila como uno de los campos de estudio más importantes, por sus aportaciones a la ganadería y la agricultura, el medio ambiente, la industria, la medicina y la farmacología.

       Estas nuevas ramas, que entran en aspectos tan íntimos de la maquinaria de la vida, despiertan también importantes debates en bioética. Nos podría parecer que las discusiones entre investigadores son algo nuevo; pero, como vemos, el debate científico siempre ha sido (y debe ser) una constante.


P.S.: Por cierto, por si acaso hay por ahí alguna mente tendenciosa que insiste en dar importancia sobre todo lo demás a que Mendel era monje católico, habría que decir que esa solía ser la alternativa más habitual para jóvenes inteligentes de familias humildes.

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