Eto-nterías: el perro que no sabe lo que hace

       He evitado titular esta entrada del modo en que fue titulado el vídeo de más abajo. Sí, desde un punto de vista humano, puede parecer una estupidez de comportamiento, pero en principio, esto no convierte a este perro más tonto que a otros perros... o que a una persona.

       Probemos el ejercicio, rápidamente y sin pensarlo demasiado, de rascarnos una ceja con un solo dedo, de arriba hacia abajo. El ejemplo que hay a continuación es más extremo, debido a algo que indicaré al final del post.

       Habiendo hecho el ejercicio que propuse del mismo modo en que lo he hecho yo, nos daremos cuenta de que nuestros ojos, o al menos el que hay bajo esa ceja, se han cerrado. Lo que se ha conseguido ha sido proteger frente a una posible agresión.

       Lo que ocurre en el vídeo es sencillo. Se ha activado lo que se llama el reflejo de rascado, un movimiento oscilante rápido de una extremidad con orientación precisa en relación con una zona estimulada por el picor; en este caso, la zona estimulada estaría cerca de la boca. Y este reflejo, como su nombre indica, reflejo, está controlado por la médula espinal.

       El problema radica en que ese reflejo empieza a interferir en otra actividad: el perro está comiendo (o emulándolo), lo que hace centrar gran atención sobre el alimento. Los sentidos del animal perciben el acercamiento de un objeto en movimiento (su propia pata) y, en consecuencia, el hipotálamo, controlado por la corteza cerebral, desencadena una respuesta de alarma que, entre otras funciones, implicaría un comportamiento de ataque.

       Pero el hecho de que el mismo individuo que ataca perciba un ataque sobre sí, arranca un comportamiento que resulta ser una combinación de ataque y miedo: la amenaza.

       Que estímulos tan simples desencadenen respuestas tan aparentes en animales no humanos se explica por un menor grado de autoconsciencia, que trataré en otra entrega.